Junto a miles de camaradas y compañeros, en su gran mayoría comunistas, lucharon en los frentes de batalla de la guerra española, colaboraron a la derrota de la bestia nazi-fascista en Europa, sufrieron el exilio, la clandestinidad, la cárcel, la tortura.
Muchos murieron en el camino pero nunca renunciaron a sus ideales, ni buscaron la revancha cuando llegaron las libertades a cuya consecución dieron una contribución inestimable, ni intrigaron a la caza de prebendas.
Continuaron con sus vidas modestas, su lucha incansable y cotidiana por una sociedad más justa y solidaria y por ello también más democrática.
Son nuestros resistentes, los que en otros países como Francia, Italia u Holanda aparecen en los nombres de calles y avenidas, cuentan con monumentos a su hazañas y con museos donde se expone y explica su trayectoria vital.
Aquí, en España, no; aquí se les niega el reconocimiento público y oficial que merecen, se les ignora cuando no se menosprecia su legado con leyes de memoria histórica tímidas e insuficientes promovidas por el gobierno de un partido que se denomina socialista y obrero.
Aunque nuestros héroes no buscaron ni el reconocimiento ni la gloria, ante la muerte de Marcelino, los que creemos que la libertad es insuficiente si no va acompañada de la solidaridad y la igualdad no podemos dejar de gritar con agradecimiento y admiración, y también, por qué no, con lágrimas en los ojos:
¡Gloria a Marcelino, gloria a los héroes por la libertad y por un mundo más justo!
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