Aquí va un cuento de ciencia ficción.
Ayer por la tarde iba yo por Bravo Murillo en mi coche y me bajé un momento a
comprarme una piruleta dejando el coche en el carril bus porque iban a ser solo
dos minutos (al fin y al cabo por esa calle hay poca circulación, ¿no?). A mi
vuelta me estaban esperando unos agentes de movilidad que me pusieron una multa
y me pidieron la documentación. ¡Hay que ver la voracidad recaudatoria de los
ayuntamientos!
Tras unos minutos se me empezaron a inflar las gónadas ante esa prepotencia
autoritaria y ese desprecio hacia mi provecta edad y sin pensarlo dos veces me
metí en el coche y me largué a toda pastilla rozando levemente la moto de uno de
los agentes. ¡Estos no saben quien soy yo, me dije mientras recordaba a Thelma y
Louise!
Pues bien, en vez de resignarse, los muy cabrones, acompañados ahora por un
coche patrulla de la Policía Municipal, me siguieron hasta mi domicilio, donde
el portero, convenientemente instruido por mi, les ofreció un arreglo amistoso,
que, inflexibles ellos, rechazaron tajantemente. ¡Yo que siempre he sido
partidario de la más estrecha colaboración entre los distintos estamentos de la
autoridad competente!
Estos sicarios subieron hasta mi piso y aprovechándose de mi buena fé me
hicieron salir a la calle para que reconociera los daños causados a la moto
(para el parte del Seguro dijeron), pero los muy taimados lo que hicieron en
realidad fue conducirme hasta la Comisaría de Policía de mi distrito, donde
presentaron una denuncia contra mi por ofensas a la autoridad, daños a bienes de
la Administración Pública y sustracción a la acción policial. ¡Vamos, ni que yo
fuera un terrorista de ETA!
Epílogo: Ya estoy de vuelta en casa tras pasar 12 horas en Comisaría, desde
donde me llevaron a los Juzgados de Plaza Castilla. La jueza, que tenía toda la
pinta de ser una feminazi, me ha puesto en libertad con cargos. ¡Pero esto no se
va a quedar así: como soy presidente de la Comunidad de Propietarios he decidido
despedir al portero por incompetente!